Saludos amigos de hive,La idea fue de Kleiber—como siempre, él con sus antojos de última hora. Emiliano y yo no pusimos mucha resistencia, la verdad. ¿Quién puede decirle que no a una salida por helado? Especialmente en una noche tan tranquila como esta, donde todo parecía alinearse para disfrutar de algo tan simple y perfecto.

Llegamos a la heladería y, mientras Kleiber revisaba cada uno de los sabores como si su vida dependiera de ello, Emiliano ya tenía decidido lo suyo: el clásico de chocolate, porque "no se falla", decía él. En cuanto a mí, mi elección fue clara desde el principio: helado de yogurt con esa cubierta de chocolate que cruje al primer mordisco. Es mi favorito, y no hay discusión.

Nos sentamos afuera, en una mesita redonda iluminada por una farola cálida. Emiliano contaba una de sus historias, esa clase de cuentos donde mezcla realidad con su toque exagerado, logrando que todos terminemos riendo a carcajadas. Entre risas y cucharadas de helado, me di cuenta de algo: estos son los momentos que realmente importan. No fue una gran aventura ni un día monumental, pero ahí estábamos, compartiendo, siendo nosotros mismos.

La cubierta de chocolate se rompía delicadamente mientras lo mordía, y el yogurt helado se sentía como una pequeña celebración personal en mi boca. Era más que un helado, era un recordatorio de lo especial que es detenerse y disfrutar de la vida, especialmente con la gente que amas.

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