En un rincón pintoresco de Buenos Aires, el restaurante de Manolo era conocido por sus milanesas crujientes, su cálida atmósfera y el infaltable humor del propio Manolo, quien saludaba a cada cliente como si fuera de la familia. Sin embargo, a pesar de la calidad de su comida, el negocio estaba lejos de estar en auge. La inflación, los costos operativos y la dificultad de manejar grandes volúmenes de efectivo representaban un desafío constante.

Un día, mientras charlaba con su sobrino Lucas, un joven apasionado por la tecnología, Manolo escuchó una idea que cambiaría su vida: aceptar criptomonedas como forma de pago. “Tío, el mundo está cambiando. Mucha gente prefiere pagar con Bitcoin o Ethereum. Podrías ser el primero en el barrio y atraer un montón de clientes nuevos”, le explicó Lucas con entusiasmo.
Al principio, Manolo no entendía mucho del tema y tenía sus dudas. “¿Criptomonedas? ¿Qué es eso? ¿Plata mágica de internet?”, bromeaba. Pero con paciencia y la guía de su sobrino, instaló un simple código QR junto a la caja registradora, descargó una billetera digital y anunció en sus redes sociales: “¡Ahora aceptamos criptomonedas!”
La respuesta fue sorprendente. Al día siguiente, entraron al restaurante jóvenes que nunca antes habían estado ahí, curiosos por la innovación. Publicaron en redes fotos de sus comidas, mencionando cómo un clásico restaurante porteño estaba modernizándose. Esto atrajo la atención de medios locales que entrevistaron a Manolo y destacaron cómo un negocio tradicional había adoptado tecnología moderna.
Gracias a su audacia, el flujo de clientes aumentó exponencialmente. Turistas tecnológicos llegaron de distintos países, emocionados de pagar su cena con sus wallets digitales. La reputación de Manolo como pionero se consolidó, y hasta lanzó una promoción especial los viernes: “Descuento del 15% para pagos con criptomonedas”.
El éxito de aceptar criptomonedas le permitió a Manolo no solo cubrir los costos del restaurante sino también remodelar el local. Incluso empezó a pensar en abrir una sucursal en otro barrio. En su salón, entre platos vacíos y risas de clientes satisfechos, Manolo no podía evitar bromear: “¡Y yo que pensé que el Bitcoin era una hamburguesa importada!”.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.